Con motivo de la presentación del libro "Bocetos" de Miguel Dávila, Apice Arte ianugurará en su espacio una singular muestra del artista argentino integrada por un mural compuesto por más de 90 piezas "Semejantes, no iguales", obra inédita en las salas de esta cuidad, más una colección de dibujos realizados durante el período de la Neofiguración.
Mostramos así dos momentos en la obra de Miguel Dávila y trazamos una línea de elementos comunes en su obra, la línea configurativa de la estructura, el color como impresión de un gesto sensible y espontáneo y el silencio como petenciador del espacio.
La muestra estará curada por Sasha Dávila y los artistas Adriana Ablin, Gabriel Glaiman y Juan Lado.
Se proyectará el corto premiado en el Primer Festival de Video Arte On-Line organizado por Canal (á) edición 2009, sección Corto Documental, realizado por Marcelo Castro bajo una idea de Miguel Dávila con música de Miguel Rausch.
Sobre Miguel Dávila
Miguel Dávila nació en La Rioja en 1926. Estudió con Policastro, De Ferrari, Pompeyo Audivert y con Spilimbergo en el Instituto Superior de Artes de la Universidad de Tucumán. En Buenos Aires se relacionó con Presas, Russo y Cogorno y fue durante la década del 60 que su pintura fue al encuentro de una poética en donde la figuración y la abstracción se fundían en una nueva síntesis que los críticos de aquella época clasificaron como neofiguración para referirse a las experiencias del grupo formado por Jorge de la Vega, Ernesto Deira, Rómulo Macció y Luis Felipe Noé, con quienes Miguel Dávila compartió el taller en 1961 cuando estuvo becado por el Fondo Nacional de las Artes en París.
Desde 1954 hasta la fecha realizó más de 60 exposiciones individuales en el país y en el extranjero. Fue invitado a participar en distintas exposiciones colectivas; recibió diversas recompensas desde 1952 entre ellas cabe mencionar el Gran Premio de Honor Salón Nacional de Pintura, “Presidente de la Nación”.
Desarrollo las siguientes actividades: Fundó en 1958 el Museo de Bellas Artes de La Rioja e intervino en la fundación del Instituto de Profesorado en Artes Plásticas en dicha provincia. Creó el Taller de Artes Plásticas de Luján (Prov. Bs. As) como asistente técnico de la provincia. Realizo algunas experiencias cinematográficas en corto y mediometraje. Además de su tarea pictórica y gráfica realizó una serie de murales en madera.
Ha participado en conferencias, encuentros y mesas redondas en diversas ciudades del país. Desde 1964 hasta 1997 se dedicó a la actividad docente en forma privada. Participa como jurado en salones auspiciados por instituciones, municipales, provinciales y nacionales.
miércoles, 29 de abril de 2009
martes, 28 de abril de 2009
MIGUEL DAVILA en Apice Arte
Fisonomías del recuerdo.
Adrián Cangi
Sentado en su sillón y enmarcado por un fragmento de la obra Semejantes-No iguales Dávila repite: “se trata de un conjunto de impresiones, de una grafía de instantes, de un impromptu”. La acepción de la palabra impromptu hace referencia a una pieza pequeña de teatro o de música compuesta sobre la marcha y sin preparación. Expresa lo que de frágil, de provisorio, de casi improvisado tiene un gesto. Se trata de una forma de la emoción en estado de relajación, un gozo fuera del esfuerzo, un movimiento material y corporal sostenido en una acción imperfecta y desordenada. Una fragilidad al ritmo de la fugacidad de vivir. Un éxtasis. Toda la magia que esconde esta palabra reside en que el gesto resbala y rueda sin cesar como un relámpago entre dos silencios. Gesto producido por la insistencia del cuerpo, quizás de la memoria o tal vez, activado en el azar de los encuentros que pueblan las impresiones de gozo y regocijo. Y ésta es suficiente razón para pintar porque aquello que se pinta son intensidades. Pensad, diría el filósofo, que un trazo o un color son antes que otra cosa una alegría para los ojos.
Dávila compone perceptos y afectos, es decir, seres de sensación, que viven como una galería de personajes. Fisonomías del recuerdo, virtualidades vividas que se actualizan. ¿Personajes conocidos? Poco importa. La grafía evoca una impresión fortuita o mejor aún, espontánea. Cuando se despliega un oficio como el de pintor aquello que importa es que la materia fluya y cuando lo hace hay un compromiso irrevocable con el fragmento. La filosofía enseña que no es posible ninguna fidelidad con un pensamiento cuando se pretende apresarlo en su totalidad ya que ello equivale a inmovilizarlo, a impedirle ser otro. Lo único que podemos exigirle a los fragmentos es que alcancen consistencia en la composición. También debemos aceptar que las impresiones al borde de la precariedad son indecisas y con poco afán de objetividad. La precariedad de la impresión posee en Semejantes-No iguales su plan de consistencia, sus propios nexos inmanentes. Vale decir que en esta obra hay un decidido “no” a la mirada exhaustiva bajo la convicción de que la primera impresión es la más acertada, la que se capta de lejos con los ojos entornados. Como un buen ironista Dávila no se acercó demasiado a su propia memoria para que la impresión no se desvaneciera. Supo elegir una disposición, un ángulo, una oblicuidad para no entorpecer el aparecer de los movimientos de la memoria. Este modo es un carácter, y el del pintor se asemeja al del etnólogo, porque es conciente en los fragmento de las discontinuidades visuales y de las diferencias constituyentes.
Semejantes-No iguales prueba un principio general de la génesis de las formas: la obra es el camino de sí misma. Todo indica en ésta afirmación que la palabra autogénesis es el espacio que la forma requiere en la producción del gesto. Cuando Cézanne reclama no interrumpir la lógica de los sentidos por la lógica del cerebro, supone que pintar es operar con un caos irisado al borde del abismo. Lo que Cézanne llama “abismo”, Klee lo nombra como “caos”. Ambos indican una abertura, un vértigo. Se pintan vértigos en el automovimiento del caos. Ese momento del trazo que fija un punto de génesis formal o de “origen de un mundo” puede ser entendido como un pasaje. Entre el caos y el mundo hay un pasaje que llamaremos intervalo. Intervalo entre el caos aberrante y el esplendor del espacio. Entre el caos y el mundo está el ritmo. Antes que figura hay ritmo. Luego unas figuras son capaces de desplegar sus tonos, gestos y andares. Se dice que dos oficios muy distintos como la filosofía y la pintura se acercan cuando evocan ritmos y trazan siluetas. El ritmo es la atmósfera, el medio donde las siluetas y los personajes comienzan a vivir. En pintura hay donación cuando un ritmo se hace silueta. Dávila ha trabajado a lo largo de su obra con esta idea, componiendo trazo a trazo, mancha a mancha, un afecto equivalente al mundo de su propia memoria. Aquello que lo activa a pintar es lo singular: impresiones personales y fragmentarias...
El deseo que anima el movimiento de conjunto dice de una búsqueda que dispensa de una definición, de un proceso que nunca fue adecuación a los modos dominantes de representación. Semejantes-No iguales extrema la presentación de fisonomías de la memoria que sólo se desea recordar a velocidad, con la respiración entrecortada de un trazo sin pausa, de una mancha sin tregua. Si las siluetas pueblan la obra de Dávila, estos rostros en primer plano, sin búsqueda de profundidad, más cercanos a contornos atravesados por movimientos de expresión, presentan a la propia memoria el automatismo de un gesto. Automatismo que llega hasta el resto en lo intraducible de un trazo. Cada trazo opera en un encuadre cuya estructura es un fondo móvil. Dávila se interesa por la repetición de la figura para hacer evidente que la repetición se diferencia. Sostener esto supone que el automatismo del trazo trae a la presencia el núcleo resistente y constante del oficio de pintar, que a su vez posibilita desviaciones, derivas y variaciones. La verdad decisiva del trazo es su condición de residuo: la de haber llegado en el movimiento de una obra a su síntesis dramática. Ésta evoca procedimientos formales y modos de componer. Por estructura, Dávila entiende la división de un todo en partes, y toda estructura combina la relación entre dos series heterogéneas entre sí. Semejantes-No iguales compone la serie de los paneos con la de la altimetría: una establece en el desplazamiento horizontal una lectura del movimiento gestual, la otra establece en el desplazamiento vertical una lectura del gesto con relación a una perspectiva por escala. Entre ambas series, vertical y horizontal, operan el movimiento del valor y del silencio. Si toda estructura precisa de un casillero vacío que le permita su principio de variación, el nombre de ese casillero, para Dávila, es silencio. Silencio que acrecienta la discontinuidad visual en el movimiento del gesto y del valor.
Se puede decir que el trazo o la mancha vale para el pintor lo que la frase para el escritor. Admitamos esta analogía que reconoce que escribir y pintar son expresiones, cada una con sus procedimientos, motivadas por el apremio obsesivo de una necesidad vital. El apremio del pintor es hacer ver en el espacio y este hacer ver es una sensación corporal distinta al hacer entender. El lenguaje del pintor posee elementos propios para la configuración de una gramática: el gesto mudo del hacer ver y callarse se distingue del hacer entender y demostrar. El trazo y la mancha son para el pintor un lugar conquistado en el espacio y desde ese momento, una fabricación de un procedimiento obsesivo como necesidad auténtica. Las figuras que emergen del ritmo en esta estructura de valores y silencios, propuesta por Dávila, son anatomías mudas. Dávila no cesa de pintar su propio procedimiento de expresión y es éste el que ocupa para la memoria el lugar del acontecimiento creador de sentido. Una mirada al recuerdo no es otra cosa que trazar la fisonomía del propio gesto expresivo. La figura es antes el automatismo del gesto, que una referencia mental a afecciones conocidas. Todo queda expuesto en el movimiento de esta obra: el impromptu del gesto, la estructura, sus recorridos de valores y silencios, la anatomía del procedimiento de expresión que avanza proyectándose en el espacio de la sala. Todos los elementos del proceso de creación de Dávila aparecen en su desnudez como tratamiento del material y como método. Semejantes-No iguales hace presente la composición como proceso. El método ha consistido en una estudiada improvisación. Convocar en el título de una obra los términos semejanza e igualdad resulta una deliberada provocación estética. Provocación que atañe tanto a la creación de bloques de línea-color como a la elaboración de unos conceptos. Dávila pertenece a un linaje de artistas que no cesan de reelaborar sus propios procedimientos internalizados por el oficio. Ese proceso de reelaboración puede pensarse como una repetición. Aquello que se repite es un punto de vista, una diferencia interna y absoluta transformada en funcionamiento perceptivo. Semejantes-No iguales presenta el problema de la diferencia mientras evoca la repetición. Diferencia perceptiva para una repetición de unos procedimientos expresivos. La diferencia y la repetición sólo se oponen en apariencia. No existe ningún gran artista que no nos impulse a decir: ¡siempre lo mismo y sin embargo otro! El principio de esta muestra es la afirmación de un movimiento en la obra como auto-repetición que recorre medios y objetos semejantes aunque no iguales. Un artista no envejece porque se repita, lo hace cuando abandona sus procedimientos de transformación de la materia y confía en lo inmediato de la vida. La auto-repetición es el poder de diferenciación, aquello que otros han llamado estilo: el modo de tratar con la materia y transmutarla.
Adrián Cangi
Sentado en su sillón y enmarcado por un fragmento de la obra Semejantes-No iguales Dávila repite: “se trata de un conjunto de impresiones, de una grafía de instantes, de un impromptu”. La acepción de la palabra impromptu hace referencia a una pieza pequeña de teatro o de música compuesta sobre la marcha y sin preparación. Expresa lo que de frágil, de provisorio, de casi improvisado tiene un gesto. Se trata de una forma de la emoción en estado de relajación, un gozo fuera del esfuerzo, un movimiento material y corporal sostenido en una acción imperfecta y desordenada. Una fragilidad al ritmo de la fugacidad de vivir. Un éxtasis. Toda la magia que esconde esta palabra reside en que el gesto resbala y rueda sin cesar como un relámpago entre dos silencios. Gesto producido por la insistencia del cuerpo, quizás de la memoria o tal vez, activado en el azar de los encuentros que pueblan las impresiones de gozo y regocijo. Y ésta es suficiente razón para pintar porque aquello que se pinta son intensidades. Pensad, diría el filósofo, que un trazo o un color son antes que otra cosa una alegría para los ojos.
Dávila compone perceptos y afectos, es decir, seres de sensación, que viven como una galería de personajes. Fisonomías del recuerdo, virtualidades vividas que se actualizan. ¿Personajes conocidos? Poco importa. La grafía evoca una impresión fortuita o mejor aún, espontánea. Cuando se despliega un oficio como el de pintor aquello que importa es que la materia fluya y cuando lo hace hay un compromiso irrevocable con el fragmento. La filosofía enseña que no es posible ninguna fidelidad con un pensamiento cuando se pretende apresarlo en su totalidad ya que ello equivale a inmovilizarlo, a impedirle ser otro. Lo único que podemos exigirle a los fragmentos es que alcancen consistencia en la composición. También debemos aceptar que las impresiones al borde de la precariedad son indecisas y con poco afán de objetividad. La precariedad de la impresión posee en Semejantes-No iguales su plan de consistencia, sus propios nexos inmanentes. Vale decir que en esta obra hay un decidido “no” a la mirada exhaustiva bajo la convicción de que la primera impresión es la más acertada, la que se capta de lejos con los ojos entornados. Como un buen ironista Dávila no se acercó demasiado a su propia memoria para que la impresión no se desvaneciera. Supo elegir una disposición, un ángulo, una oblicuidad para no entorpecer el aparecer de los movimientos de la memoria. Este modo es un carácter, y el del pintor se asemeja al del etnólogo, porque es conciente en los fragmento de las discontinuidades visuales y de las diferencias constituyentes.
Semejantes-No iguales prueba un principio general de la génesis de las formas: la obra es el camino de sí misma. Todo indica en ésta afirmación que la palabra autogénesis es el espacio que la forma requiere en la producción del gesto. Cuando Cézanne reclama no interrumpir la lógica de los sentidos por la lógica del cerebro, supone que pintar es operar con un caos irisado al borde del abismo. Lo que Cézanne llama “abismo”, Klee lo nombra como “caos”. Ambos indican una abertura, un vértigo. Se pintan vértigos en el automovimiento del caos. Ese momento del trazo que fija un punto de génesis formal o de “origen de un mundo” puede ser entendido como un pasaje. Entre el caos y el mundo hay un pasaje que llamaremos intervalo. Intervalo entre el caos aberrante y el esplendor del espacio. Entre el caos y el mundo está el ritmo. Antes que figura hay ritmo. Luego unas figuras son capaces de desplegar sus tonos, gestos y andares. Se dice que dos oficios muy distintos como la filosofía y la pintura se acercan cuando evocan ritmos y trazan siluetas. El ritmo es la atmósfera, el medio donde las siluetas y los personajes comienzan a vivir. En pintura hay donación cuando un ritmo se hace silueta. Dávila ha trabajado a lo largo de su obra con esta idea, componiendo trazo a trazo, mancha a mancha, un afecto equivalente al mundo de su propia memoria. Aquello que lo activa a pintar es lo singular: impresiones personales y fragmentarias...
El deseo que anima el movimiento de conjunto dice de una búsqueda que dispensa de una definición, de un proceso que nunca fue adecuación a los modos dominantes de representación. Semejantes-No iguales extrema la presentación de fisonomías de la memoria que sólo se desea recordar a velocidad, con la respiración entrecortada de un trazo sin pausa, de una mancha sin tregua. Si las siluetas pueblan la obra de Dávila, estos rostros en primer plano, sin búsqueda de profundidad, más cercanos a contornos atravesados por movimientos de expresión, presentan a la propia memoria el automatismo de un gesto. Automatismo que llega hasta el resto en lo intraducible de un trazo. Cada trazo opera en un encuadre cuya estructura es un fondo móvil. Dávila se interesa por la repetición de la figura para hacer evidente que la repetición se diferencia. Sostener esto supone que el automatismo del trazo trae a la presencia el núcleo resistente y constante del oficio de pintar, que a su vez posibilita desviaciones, derivas y variaciones. La verdad decisiva del trazo es su condición de residuo: la de haber llegado en el movimiento de una obra a su síntesis dramática. Ésta evoca procedimientos formales y modos de componer. Por estructura, Dávila entiende la división de un todo en partes, y toda estructura combina la relación entre dos series heterogéneas entre sí. Semejantes-No iguales compone la serie de los paneos con la de la altimetría: una establece en el desplazamiento horizontal una lectura del movimiento gestual, la otra establece en el desplazamiento vertical una lectura del gesto con relación a una perspectiva por escala. Entre ambas series, vertical y horizontal, operan el movimiento del valor y del silencio. Si toda estructura precisa de un casillero vacío que le permita su principio de variación, el nombre de ese casillero, para Dávila, es silencio. Silencio que acrecienta la discontinuidad visual en el movimiento del gesto y del valor.
Se puede decir que el trazo o la mancha vale para el pintor lo que la frase para el escritor. Admitamos esta analogía que reconoce que escribir y pintar son expresiones, cada una con sus procedimientos, motivadas por el apremio obsesivo de una necesidad vital. El apremio del pintor es hacer ver en el espacio y este hacer ver es una sensación corporal distinta al hacer entender. El lenguaje del pintor posee elementos propios para la configuración de una gramática: el gesto mudo del hacer ver y callarse se distingue del hacer entender y demostrar. El trazo y la mancha son para el pintor un lugar conquistado en el espacio y desde ese momento, una fabricación de un procedimiento obsesivo como necesidad auténtica. Las figuras que emergen del ritmo en esta estructura de valores y silencios, propuesta por Dávila, son anatomías mudas. Dávila no cesa de pintar su propio procedimiento de expresión y es éste el que ocupa para la memoria el lugar del acontecimiento creador de sentido. Una mirada al recuerdo no es otra cosa que trazar la fisonomía del propio gesto expresivo. La figura es antes el automatismo del gesto, que una referencia mental a afecciones conocidas. Todo queda expuesto en el movimiento de esta obra: el impromptu del gesto, la estructura, sus recorridos de valores y silencios, la anatomía del procedimiento de expresión que avanza proyectándose en el espacio de la sala. Todos los elementos del proceso de creación de Dávila aparecen en su desnudez como tratamiento del material y como método. Semejantes-No iguales hace presente la composición como proceso. El método ha consistido en una estudiada improvisación. Convocar en el título de una obra los términos semejanza e igualdad resulta una deliberada provocación estética. Provocación que atañe tanto a la creación de bloques de línea-color como a la elaboración de unos conceptos. Dávila pertenece a un linaje de artistas que no cesan de reelaborar sus propios procedimientos internalizados por el oficio. Ese proceso de reelaboración puede pensarse como una repetición. Aquello que se repite es un punto de vista, una diferencia interna y absoluta transformada en funcionamiento perceptivo. Semejantes-No iguales presenta el problema de la diferencia mientras evoca la repetición. Diferencia perceptiva para una repetición de unos procedimientos expresivos. La diferencia y la repetición sólo se oponen en apariencia. No existe ningún gran artista que no nos impulse a decir: ¡siempre lo mismo y sin embargo otro! El principio de esta muestra es la afirmación de un movimiento en la obra como auto-repetición que recorre medios y objetos semejantes aunque no iguales. Un artista no envejece porque se repita, lo hace cuando abandona sus procedimientos de transformación de la materia y confía en lo inmediato de la vida. La auto-repetición es el poder de diferenciación, aquello que otros han llamado estilo: el modo de tratar con la materia y transmutarla.
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